
Y perdonenme si la foto sale movida, seguro.
Salimos de casa peinaditos de coco e ilusion viajera y ahora esto es una conjura de incomodidades, de sentares en lo insentable; en marcha vamos traqueteando como podemos, en frenada huele a quemado y en la estacion a ajetreo y a orines. Aqui, en el anden, los fantasmas avanzan despacio o descansan en el suelo. Uno quiere huir de ellos en cierta medida, aun sabiendo que se incluyen en el tejido de los railways. Arranca, arranca, que no escapas.
Y aun asi, la paz puede buscarse hasta en este averno azulado. Frente a mi, un eunuco entrado en anyos (y no se me figuren el burdo chiste), desgastado por las distancias malvividas en una india enorme en kilometros e intransigencias, que observa por el ventanuco los campos deserticos del Rajasthan. Me senyala, divertida, las gacelas que brincando se alejan de nuestro trenetico chirrido. Lo que nos conmueve a ambos puede ser una fusion comun a traves de barras horizontales, una fusion con esas ansias de libertad tan mamiferas y tan salvajes; puede ser la observacion comun del color de un ocaso cualquiera en un pais no-cualquiera, pero puede ser puramente lo comun, algo comun inesperado en cuanto pilares somos de la antitesis mas radical (o eso creiamos), si, eso debe ser: un abrazo comun en la loca y absurda individualidad del tren, un silencio transmutador que sosiega el manicomio, que refresca las vias como cuando nieva en el infierno.
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